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→Montañismo precolombino
[[Archivo:Momias_llullaillaco.jpg|thumb|Johan Reinhard con dos de las tres momias halladas en 1999 en la cumbre del [[volcán Llullaillaco]]. Además de ser el sitio arqueológico más alto del mundo, las momias son quizás las mejor conservadas que se conozcan. Imagen: National Geographic]]
Los indígenas, en especial los incas, son los verdaderos primeros andinistas. Al respecto, se ha encontrado abundante evidencia.
El nombre Andes, ilustra la importancia que los incas daban a las montañas. Deriva de ''anta'' (cobre), pero no alude al metal solamente, el que se encontraba a bastante distancia de la base de la cordillera. Los incas y sus vasallos siempre tuvieron ante los ojos la majestuosa serranía, muy cuando el sol crepuscular broncea sus rocas. ''Antahuara'', los arreboles cobrizos de los aimaras.
El carácter religioso de este montañismo autóctono estuvo claro ya desde los primeros descubrimientos. El italiano Beorchia señala que los Incas consideraban a los cerros nevados como ''huacas'' o lugares sagrados. En ellos sacrificaban cuyes y llamas, quemaban prendas, chicha, sancu, objetos valiosos y a veces asperjaban el lugar con sangre, que en ocasiones era de los mismos sacerdotes sacada de entre las cejas, o bien de las víctimas. En muy contadas ocasiones ahorcaban además a un ser humano, enterrándolo en la misma cumbre, rodeado de un abundante ajuar funerario. Evelio Echevarría desenterró a una de esas víctimas en el [[Cerro del Toro]], a 6300m. Se trataban de un joven de veinte años, estrangulado. Aún conserva la marca de la soga alrededor del cuello. Sin embargo, de preferencia enterraban una víctima sustitutiva, es decir: una estatuilla de plata antropomorfa, ricamente ataviada. La función religiosa es corroborada por las abundantes crónicas de los frailes españoles del pasado.
Cabe la posibilidad de que la leña fuera en muchos casos llevada a las cumbres por los ''huaqueros'', para poder así habitar en ellas el tiempo suficiente para ubicar una buena huaca. No se sabe.
Cosa similar ocurre con sus nombres. El Acaramachi, coronado por dos puntas, es el “caracol de piedra” y el Chorolque, el “caracol de plata;” el Coylloriti, la “estrella de nieve” y el Illimani, tan sagrado para los incas de antaño, el “halcón fulgurante.” Algunos nombres pueden ser simplemente gráficos o prácticos: Huallatiri, o “peñas cosidas,” Sarasara o “muchas cosechas” (quizás por ser sus nieves promesa de regadío) y Llullaillaco, “agua caliente.” Pero otros se relacionan con dioses y titanes. Tiquimani, el ciclópeo torreón boliviano, es el “halcón de Tiqui,” el dios del trueno (recordado por Thor Heyerdahl en su balsa Kon Tiki). El volcán Tarapacá rememora al héroe andino Thunupa o Taapac que se rebeló contra un déspota y refugió su torturado cuerpo en las entrañas de un volcán.
Este tipo de nombres sugiere que, además del fin religioso, podría haber existido un fin deportivo o simbólico.
Es posible que este afán de ascender cimas andinas no se haya circunscrito a las razas del imperio inca. En palabras de Augusto Grosse:
{{cita|El nombre Challapirén, que también tiene el Michininavida, se explicaría porque este volcán tiene su cráter u olla lleno de nieve, de ahí su nombre: de “olla con nieve,” o sea, Challapirén. La constatación de este nombre prueba que en siglos pasados los araucanos habían llegado a la cumbre del [[volcán Michinmahuida]]] y su cráter.|Augusto Grosse}}