Discusión:Historia del montañismo en Chile
Corría 1938, Frédéric había llegado poco tiempo antes a Chile junto a su esposa Dorly, y en sus ratos libres, cada vez que podía dejar la verdadera labor que lo había traído hasta acá (una farmacéutica suiza le había encargado abrir oficinas comerciales en Sudamérica: él era ingeniero químico), se sentaba a contemplar con asombro la belleza de las cumbres que rodean a Santiago. "Es un verdadero paraíso para el alpinista reconvertido en andinista", escribe en uno de sus diarios de viaje. "Desde el San José y el Marmolejo en el sur hasta el Juncal en el norte, es una sucesión de gigantes helados, muchos de los cuales elevan la cabeza a más de seis mil metros y duermen en una soledad prehistórica. Esta soledad es en sí misma un embrujo, la misma que conocieron hace cien años los pioneros de nuestros Alpes. Como centinela del Juncal, el cerro Plomo perfila sus cumbres heladas en el cielo de Santiago. (...) Qué alpinista resistiría a la llamada de esta aparición vaporosa, que cada tarde se tiñe de rojos irreales antes de desaparecer en un cielo siempre puro".
Frédéric y Dorly Marmillod se habían conocido ocho años antes en Lausanne, Suiza, durante un curso de baile, y se casaron muy pronto, en 1934. Él tenía 25 años, ella 20. Pero en rigor no fue la danza lo que los unió, sino más bien una febril pasión por las grandes montañas; la misma que los llevaría, sin proponérselo, a convertirse en pioneros del andinismo en Sudamérica.
Sus primeras experiencias, desde luego, habían sido en los Alpes suizos, donde vivían. Era la época dorada del alpinismo mundial, antes de la Segunda Guerra, cuando ni siquiera se había subido el Everest y lo que primaba era el espíritu competitivo de los países europeos por ser los primeros en las cumbres del planeta. Pero los Marmillod nunca siguieron esa línea: para ellos, esto se trataba -sobre todo- del contacto con la naturaleza.
"Ellos tenían un estilo y elegancia sorprendente y seductora", dice el francés Marc Turrel, fundador de la revista Andes Magazine y autor del reciente libro Carnets des Andes, donde cuenta la historia de esta pareja que durante décadas había permanecido en el olvido.
Marc Turrel vivió durante años en Chile -hoy está de vuelta en Francia- y en los noventa subió muchas montañas en los Andes. Por eso, cuando investigaba sobre los primeros ascensos, siempre le llamó la atención que se repitiesen los mismos nombres: Frédéric y Dorly Marmillod. Intrigado, Turrel comenzó a buscar pistas, hasta que finalmente dio con una de las hijas del matrimonio, que vive en los alrededores de Lausanne. Milagrosamente, ella había guardado en un baúl todos los diarios de viaje, las fotos y los mapas que sus padres registraron entre 1938 y 1958, los años en que vivieron en distintos países de América.
"Así que esto fue como encontrar el eslabón perdido de la historia del andinismo", dice Turrel. "Ellos fueron los primeros en fotografiar esas montañas, porque hicieron las primeras ascensiones. Y además, siempre iban juntos. No existe en la historia del montañismo mundial una pareja que haya subido junta tantos cerros y durante tantos años. Eso es totalmente inédito. Ella lo hacía en forma natural, acompañando a su marido, que siempre iba adelante, aunque Dorly también tenía toda la capacidad".
Los Marmillod no solo fueron pioneros del andinismo, sino que Dorly también se convirtió en un símbolo de este deporte. En esa época, en Europa no había mujeres montañistas. Al menos no estaban reconocidas oficialmente. Era una disciplina de hombres. En Suiza, de hecho, los clubes mantuvieron la prohibición de incorporar mujeres hasta 1980. Sin embargo, en Chile, donde el andinismo todavía era algo muy incipiente, Dorly Marmillod fue aceptada sin problemas en el Club Andino. Sobre todo después de los logros que comenzaría a tener en los Andes (ver recuadro), siempre junto a su marido.
"Ellos no subían cerros para marcar récords, sino por el placer de estar en la montaña," explica Turrel. Eran ascensos románticos, los primeros, y lo hacían tan bien, con un estilo independiente. Por eso, para mí esta era una página ilustre de la historia del andinismo. Y eso había que contarlo".
Los Marmillod llegaron en barco desde Trieste, Italia, a Buenos Aires, el 22 de junio de 1938. En la capital argentina Frédéric de inmediato comenzó a ejercer la labor que le había sido encomendada: dar a conocer los productos del laboratorio suizo Sandoz (actual Novartis) y armar un equipo de representantes en Sudamérica. Sin embargo, el ruido de la ciudad y la inexistencia de grandes montañas los sumió rápidamente en la nostalgia. Por eso, la próxima escala de su viaje -Santiago de Chile- les sonó siempre tan prometedora: aquí sí que encontrarían cumbres de más de cuatro mil metros.
Tras preguntar en el consulado chileno, los Marmillod decidieron que en vez de cruzar por Mendoza -que era la ruta más directa- lo harían por Bariloche, en el sur de Argentina. Lo que en realidad querían era subir el volcán Tronador (3.450 metros). Allá fueron, lo intentaron esa vez, pero no tuvieron éxito (lo conseguirían en 1955).
A Santiago llegaron el 4 de septiembre de 1938, el mismo día que en la ciudad se realizaba una marcha del Frente Popular en apoyo al General Ibáñez. Pero el ambiente de agitación política no los amedrentó, pues tenían la vista fija en otra cosa: la imponente cordillera de los Andes, que estaba allí, a pasos de distancia.
En los ratos libres que dejaba el trabajo farmacéutico, los Marmillod se fueron acercando a la pequeña comunidad de montañistas locales, a la gente del Club Andino, del Ski Club de Santiago, que recién se había inaugurado. Y al poco tiempo comenzaron a subir cerros, los mismos que hoy son considerados clásicos de la capital, como el Altar (5.222 m.) o La Paloma (4.930 m.), cerca de Farellones. Si bien tenían experiencia, sus equipos eran los que había entonces: cuerdas de cáñamo que se endurecían con el frío, bototos con clavos. Con esos implementos hicieron su primer gran ascenso: en diciembre de 1938, alcanzaron el Nevado Juncal (5.965 m.), un emblemático cerro en las cercanías de Portillo. Dorly, por cierto, se convirtió en la primera mujer en conseguirlo.
Según cuenta Frédéric en su diario, fue desde esa cumbre que vislumbraron al gigante que, sin imaginarlo, los catapultaría a la "fama" del incipiente mundo montañero de la época.
El 11 de abril de 1939, junto con el chileno Carlos Piderit, los Marmillod se convirtieron en los primeros seres humanos en conquistar el cerro Alto de Los Leones, una montaña de casi seis mil metros que está cerca del Aconcagua y que hasta entonces había sido considerada imposible de subir. La hazaña fue tal que incluso El Mercurio les dedicó la portada del 27 de abril de ese año. En la nota, titulada El cerro Alto Los Leones ha sido vencido por primera vez, el chileno Carlos Piderit hacía un recuento de la ascensión y destacaba la capacidad de los Marmillod.
"Después de tomar un poco de agua de manzanilla, nos pusimos los crampones y nos atamos a las cuerdas y partimos hacia la cumbre precedidos por el Dr. Marmillod", cuenta Piderit en El Mercurio. "Las enormes grietas que debíamos atravesar parecían alejarnos cada vez más de la meta. Afortunadamente, la gran experiencia del Dr. Marmillod nos abrió el paso hasta ella. Eran las 15 horas cuando pisábamos la cumbre. Nos sentíamos completamente agotados por la enorme tensión nerviosa, resultado de la peligrosa travesía de las grietas del ventisquero; fue aquí donde pude apreciar la gran resistencia física y valentía de la señora Marmillod, que en ningún momento dio muestras de debilidad".
Dorly Marmillod también recordaría el ascenso al Alto de Los Leones en su diario. "11 de abril de 1939: estamos en la cumbre virgen, ¡qué sensación! El fiel piolet de Frédy queda aquí, en señal visible de nuestra ascensión, y el próximo alpinista tendrá que traerlo de vuelta al Club (Andino de Chile) y dejar el suyo de prueba (...). Lo único con que soñamos es poder dormir. ¡Esta primera (ascensión) nos valió ser incorporados en el Club Andino de Chile! (...) ¡Y así fuimos gente célebre durante un mes, en el pequeño mundo andinista de Santiago! Pero nuestra alegría profunda, verdadera, nos pertenece a nosotros dos solos".
Los Marmillod dejaron Chile en 1940 y siguieron viajando por el continente americano, siempre por el trabajo farmacéutico de Frédéric. De Santiago se fueron México, luego a Venezuela, Colombia, Perú, Argentina y volvieron a Chile. El estallido de la Segunda Guerra Mundial también influyó en que permanecieran más tiempo en estas latitudes, aunque igual regresaban cada tanto a Suiza... y luego volvían, trayendo a sus cuatro hijas.
Sus ascensos en los Andes continuaron hasta fines de los sesenta, principalmente en la Sierra Nevada de Santa Marta, Colombia; en Mérida, Venezuela (donde Dorly Marmillod fue calificada por la prensa como "La Reina de los Andes"); en la Cordillera Blanca de Perú, en el distrito de los lagos del sur de Chile y Argentina, y en el Aconcagua, la cumbre más alta de Sudamérica, que fue una de sus favoritas. Tras varios intentos, en 1948 finalmente consiguieron llegar a la cima y Dorly otra vez marcó un récord: se convirtió en la primera mujer en bajar viva de la cumbre más alta de Sudamérica. Y luego repitieron en 1952 y 1953. Ese último año, con una nueva ruta por la arista sur.
Su regreso definitivo a Suiza fue en 1959. Se establecieron en Féchy, cerca de Lausanne, y desde allí volvieron a ascender sus cerros favoritos en los Alpes. A mediados de 1977 incluso intentaron cumplir su sueño de escalar en el Himalaya, pero por diversas razones no pudieron lograrlo. Además, ya estaban notando las limitaciones de la edad. El 27 de septiembre del año siguiente, mientras intentaban escalar el Dent d'Herens (4.171 m.), en los Alpes Peninos, un brusco cambio de tiempo, con fuerte nevazones y temperaturas de 40 grados Celsius bajo cero, los obligó a improvisar un refugio en la montaña, que no fue suficiente.
Murieron de hipotermia esa misma noche.
El equipo que los rescató cuatro días más tarde encontró sus cuerpos abrazados uno al otro. Como si fuese el guión perfecto de una película, Frédéric y Dorly Marmillod dejaron de vivir tal como lo hicieron siempre: juntos en la montaña.
En el libro Carnets des Andes, uno de sus amigos de juventud, Blaise de Perrot, entrega un testimonio que retrata muy bien la entrañable unión de los Marmillod. "Frédy y Dorly formaban una pareja única en su género", dice De Perrot. "El amor por la montaña era parte integral de sus vidas. No podían vivir sin ellas (...). Cuando hacían un ascenso difícil, una proeza, apenas lo comentaban. Eran muy contrarios a todo tipo de jactancias. Una sola cosa para ellos era importante: la alegría de vivir en contacto con la naturaleza. No he encontrado a una pareja tan profundamente unida con esa pasión (...). Frédy era preciso y ágil en sus movimientos, pero siempre atento a la marcha de sus compañeros y a ayudarlos ante alguna dificultad (...). Dorly no tenía la apariencia de una mujer alpinista. Al contrario, era muy femenina, casi frágil, pero bajo esa apariencia, ¡qué energía, qué tenacidad, qué ardor para subir al lado de su marido las cumbres más altas! Todos aquellos que hemos tenido el privilegio de subir las montañas con ellos o que hemos compartido su cálida amistad, no podemos sino guardar un recuerdo inolvidable".