Pocos estilos musicales exhiben un origen tan claro temporal y, sobre todo, espacial como el reggae: Jamaica de 1967 – 1968. Sus bisabuelos son variados: jazz, R&B, mento (un tipo de folklore jamaiquino) y calipso, un ritmo afrocaribeño nacido a principios del siglo XX en Trinidad y Tobago (el calipso proviene a su vez del kaiso, el tatarabuelo, que provino de la actual Nigeria, origen de buena parte de los esclavos americanos, pero esto ya son excesos genealógicos). Esta promiscua ensalada sonora tomaba lugar en esa ínfima peca en el océano que es Jamaica. Con 11 mil km2, la isla es tan diminuta que no podría soportar una población de más de 57 pumas macho en estado salvaje. Imagine que en los Juegos Olímpicos de 2016, Jamaica obtuvo 113 veces más medallas de oro por unidad de superficie que el ganador, Estados Unidos (y 491 veces más que Rusia, pero eso ya es pura crueldad).

El resultado de tan denso popurrí estilístico fue el ska. Originado a fines de los ‘50 y principios de los ‘60, el ska presenta dos rasgos distintivos principales. El primero, la línea de bajo llamada walking bass, un acompañamiento empleado usualmente por músicos del jazz. El segundo, el upbeat, o anacrusa, un pulso –o beat– no acentuado que ocurre antes del primer pulso de la siguiente barra de compás. 

Abuelito ska engendró a papi rocksteady, que vio la luz allá por en 1966. Manteniendo muchas de las características del ska, el rocksteady bajó un poco las revoluciones. El tempo se volvió algo más parsimonioso y el baile menos energético. Esto dio rienda suelta para experimentar con acentos fuera de pulso (offbeat). Con ello, el rocksteady había dado a luz a su sucesor, que a partir de la idea de andrajos (en inglés rags) fue llamada reggae. En 1968, Toots & the Maytals publicaron Do the Reggay, asentando el nombre en la industria. El nuevo estilo cruzó rápido el Mar Caribe. Hold Me Tight, del estadounidense Johnny Nash, subió a la quinta posición de ventas ese mismo 1968. El Atlántico tampoco ofreció resistencia. Ese mismo año los Beatles compusieron Ob-La-Di, Ob-La-Da que parte con “Desmond has a barrow in the market-place”. Esa frase recuerda a Desmond Dekker, la primera estrella de reggae de corte mundial, antes que Bob Marley eclipsara todo. La versión rápida Ob-La-Di, Ob-La-Da fue un subproducto de la marihuana que fluía por la sangre de Lennon, recordará usted, el estado de ánimo adecuado para homenajear al reggae. Y ya que estamos en éstas, no hay mejor manera de hablar de reggae que a través de la vida de su más monumental cultor. Con ustedes, damas y caballeros: Bob Marley. El 6 de febrero de 1945, en una granja del centro-norte de la isla, Robert Nesta Marley hizo su aparición en el mundo. Su padre era supervisor de plantaciones, y 41 años mayor que su madre. Murió a los 70, cuando Robert tenía diez. El pequeño Bob hizo buenas migas con un chico llamado Neville Livingston, y juntos echaron a rodar la bola musical. A los doce, su madre viuda decidió mudarse a Kingston. Los chicos se hubiesen separado, de no ser por la conveniente circunstancia de que la madre de Bob tuvo una hija con el padre de Neville. No solo permanecieron juntos, sino que en adelante compartieron techo, comida y, no menos importante, radio. Para su fortuna, algunas transmisiones de Estados Unidos alcanzaban Jamaica, y se empaparon de lo mejor del R&B y otras novedades. Aunque al arribar a la capital aún no tocaban instrumentos, pronto se sumaron a una banda vocal. Uno de sus miembros, Joe Higgs, era un devoto rastafari, y fue a través suyo que Marley tuvo sus primeros roces con el credo. Higgs le enseñó también a tocar la guitarra. A sus imberbes catorce años de edad, Bob ya había dejado el nido materno para hacerse un nombre en la escena musical jamaiquina. A principios de 1962, con 17 años recién cumplidos, grabó sus primeros cuatro sencillos. Al año siguiente participó junto a su hermanastro en la formación de The Teenagers; luego llamada The Wailing Rudeboys; luego llamada The Wailing Wailers; luego llamada The Wailers; luego llamada Bob Marley and the Wailers. Neville incluso adoptó el apelativo como su propio apellido, y es conocido hoy como Bunny Wailer. Imagínense que Roger Waters se hiciera llamar Bunny Floyd... Casi en paralelo a este desfile de nombres, al otro lado del océano los Beatles experimentaban con siete alternativas, y Pink Floyd con nueve. Parecía campear una epidemia de indecisión denominativa a principios de los ‘60. El sencillo de los Wailers Simmer Down fue un súper hit, y vendió unas 70 mil copias. Tras nuestro paso por los emperadores del pop esto suena al vuelto del supermercado, pero tenga en cuenta que en 1963 Jamaica no contaba más de 1,7 millones de habitantes. Marley se casó en 1966 con la cantante Rita Anderson –piadosa rastafari también– y su primera hija nació al año siguiente. Por desventura, para financiar pañales lo que cuenta son las ventas de discos totales, no las per cápita. Marley viajó solo a Delaware, donde permaneció por diez meses subsistiendo como pudiera. Trabajó de camarero, ayudante de laboratorio en DuPont, condujo una carretilla elevadora y fue obrero en una cadena de montaje de Chrysler. No contaba con permiso de trabajo, y se hacía llamar Donald Marley. Abundan las historias de artistas de juventud menesterosa. Ya vimos como Haydn se las batió con serenatas callejeras para tener qué comer, y cómo Mozart pasaba penurias para pagar su departamento en plena madurez musical. Picasso dormía de día y creaba de noche para no pagar alquiler, y en 1904 quemó varios de sus cuadros para combatir el frío del invierno parisino . Pero lo insólito es que Marley arrastraba carretillas después de darle el palo al gato. “¿Y tú qué haces allá en Jamaica?”, le habrá preguntado algún compañero de fábrica. “¿Yo? Bueno, astro de la canción”. Lo más parecido es el superventas que no sabía que era superventas. A principio de los ‘70, un rockero de Detroit llamado Sixto Rodriguez publicó dos álbumes. Los resultados fueron modestos. El sello musical puso término al contrato y Rodriguez reemplazó sus sueños musicales por demoliciones y líneas de producción, siempre con bajos salarios. Mientras Rodriguez sudaba por el pago del alquiler, ignoraba que en Sudáfrica sus canciones se convertían en himnos anti apartheid, en medio del rumor de que Sixto había cometido suicidio. Con quizás medio millón de copias vendidas, era más grande que Elvis. Steven Biko, el célebre héroe de Peter Gabriel, adoraba su música. Recién en 1997, con el advenimiento de Internet, su hija mayor descubrió el fenómeno. Rodriguez reunió el dinero, voló al encuentro de su recién descubierta tropa de incondicionales y presentó seis conciertos ante miles de enardecidos fans que hasta hace poco lo daban por muerto . Una vez de vuelta en su Caribe natal, Marley abrazó en forma definitiva el movimiento rastafari. Su fe incidió de tal manera en la música reggae que bien merece una explicación. En la década de 1930, un periodista y líder político jamaiquino llamado Marcus Garvey capturó la atención mundial con un enardecido discurso panafricano y nacionalista negro. Fundó la Asociación Universal para la Mejora del Hombre Negro, y una naviera destinada a facilitar el retorno de la diáspora africana a sus tierras ancestrales. Si la naviera detrás del Titanic era conocida como la White Star Line, la suya sería la Black Star Line. Estas ideas encontraron amplio eco en sectores de la población afroamericana, configurando el llamado garveyismo. El 2 de noviembre de 1930, Tafari Makonnen fue coronado Emperador de Etiopía con el nombre de Haile Selassie I, o “Poder de la Trinidad” en lengua amhárica. Bueno, también significa “Rey de Reyes, Señor de Señores, León Conquistador de la Tribu de Judá, Elegido de Dios, Protector de la Fe”. La propia institucionalidad refrendaba sus pergaminos genealógicos. Mientras las constituciones modernas definen asuntos tan aburridos como el tipo de gobierno o el sistema electoral, la vivaz Constitución Política del Imperio etíope aseguraba que Selassie era descendiente directo de Salomón y de la Reina de Saba, unos distinguidos señores que vivieron hace tres mil años . Etiopía y Liberia eran los únicos dos países del continente que no habían cedido al colonialismo europeo. O, en palabras del expansionista Leopoldo II de Bélgica, los únicos invictos de “este magnífico pastel africano”. Selassie era el único líder reconocido por los gobernantes de las potencias extranjeras, un delicioso manjar político para el garveyismo. Tres jamaiquinos que por esas cosas del destino presenciaron la coronación se lanzaron a las calles a proclamar la naturaleza divina del Emperador, la personificación de la segunda venida de Cristo. El Apocalipsis parecía avalar sus afirmaciones: “No llores más; acaba de triunfar el león de la tribu de Judá, el brote de David; él abrirá el libro y sus siete sellos” (Ap. 5:5). Desde antes de su coronación que el emperador era merecedor del título honorífico de Ras (cabeza) y andaba por la vida como Ras Tafari. Suficiente para proveer de nombre al movimiento religioso levantado en torno a su figura. El modo de vida rastafari exhortaba a rechazar el materialismo, la opresión y los placeres sensuales, un mundo de perdición al que llamaban Babilonia. Recordemos que una las figuras del Apocalipsis es “Babilonia la Grande, la madre de las prostitutas” (Ap. 17:5). De acuerdo a la Epopeya de Erra, una ciudad plagada de transexuales ya hace 2.700 años. Heródoto lo vio con sus propios ojos: La costumbre más infame que hay entre los babilonios, es la de que toda mujer natural del país se prostituya una vez en la vida con algún forastero, estando sentada en el templo de Venus . Etiopía, la cuna de la humanidad , encarna entonces a Sion, la Tierra Prometida. Todo esto configura un llamado a buscar tanto la repatriación física al país como un desplazamiento espiritual antes de que el retorno material pudiera tomar lugar. En lo que a rechazo de los placeres sensuales respecta, no obstante, es de suponer que Marley excluía el sexo. Quizás lo consideraba ante todo un modo de preservar la especie. Imposible explicar de otro modo sus al menos once hijos oficiales con al menos siete mujeres (de los extraoficiales, la acreditación se vuelve borrosa). El verano de 1971 fue para Bob particularmente fogoso: la primavera siguiente, tuvo tres hijos de tres mujeres distintas en un lapso de menos de un mes . En una ágil adaptación idiosincrásica a la cultura caribeña, los rastafaris veneran también el uso espiritual de la marihuana. Para ellos, constituye un sacramento que limpia el cuerpo y la mente, sana el alma, exalta la conciencia, suministra paz y placer, y los acerca a “Jah”, el nombre que los rastafaris emplean para Jehová y que se encuentra en el Salmo 68. Las escrituras, por supuesto, nunca mencionan a la marihuana, y lo que se esgrime como asidero bíblico demanda una cuantiosa flexibilidad hermenéutica. Básicamente, cualquier referencia a comer vegetales sirve. Como cuando Dios le dice a Moisés que “devoren toda la vegetación que dejó el granizo” (Éxodo 10:12) o el mandato divino de “comerás la hierba del campo” (Gen 3:18). Incluso "Más vale un plato de legumbres con amor que un buey cebado, pero con odio", según comanda Proverbios 15:17. La Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito tiende a discrepar de esta línea argumental. En un discurso de 1927, Garvey proclamó: “Miren a África, porque un rey negro será coronado”. El activista fue elevado al rango de profeta, una versión contemporánea de Juan Bautista. Con el ascenso de Selassie tres años más tarde, todo parecía encajar y el nuevo credo ganó adeptos. El propio Garvey, sin embargo, nunca adscribió al movimiento. No solo eso: era un cáustico crítico del Selassie: “es el gobernante de un país donde los hombres negros son encadenados y azotados (…) Pasará a la historia como el gran cobarde que huyó de su propio país”. Tales acusaciones merecen una explicación. En 1935, la Italia de Mussolini, rezagada en la captura del pastel africano, se lanzó a la conquista de lo que quedaba: Etiopía. En pleno siglo XX, a objeto de enfrentar la artillería pesada de una potencia europea, el emperador emitió una orden que, con ánimo benevolente, podríamos calificar de vintage: Los jóvenes con edad suficiente para cargar una lanza serán enviados a Addis Abeba. Los hombres casados llevarán a sus esposas para que carguen comida y para cocinar. Los hombres sin esposa se llevarán consigo a una mujer sin marido. (…) Los ciegos, aquellos que no puedan caminar, o por cualquier razón no puedan cargar con una lanza, están exentos. Cualquiera que sea encontrado en su casa después de recibir esta orden será ahorcado . Era quizás un modo de honrar la memoria de abuelito Salomón y abuelita de Saba, quién sabe. Selassie dejó que el resto se encargara de tan fatigosos menesteres. En lugar de invocar a sus contactos en el más allá, partió al exilio para presentar el caso en Ginebra ante la Liga de las Naciones, el anémico antecesor de la ONU. De ahí la rabia de Garvey. Su retirada no era el único rasgo del personaje con potencial para sembrar dudas sobre sus atributos mesiánicos. El Emperador, de 1,57 m. de estatura, viajaba con un "almohadero imperial", responsable de evitar que sus piernecitas colgaran en el aire. Para tal misión contaba con 52 almohadas de distintos tamaños, grosores, materiales y colores . Acostumbraba atender reportes mientras alimentaba personalmente a los leones y leopardos de los jardines de su palacio . En 1966, Selassie viajó a Jamaica a conocer de primera fuente el culto suscitado en torno a su persona. Unos 100 mil rastafaris de todos los rincones de la isla se congregaron en la losa del aeropuerto a recibirlo. Y es que no todos los días el Mesías se apersona en tu terruño. Las humaradas de marihuana de tamaño comité de bienvenida casi amenazaban la visibilidad del aterrizaje. La muchedumbre sobrepasó las barreras, y el emperador tardó 45 minutos en asomar su sobrecogida humanidad por la puerta del avión. Al salir, el gentío respondió con un rugido “más fuerte que el sonido de los truenos desplegándose, más fuerte incluso que una explosión”, de acuerdo a la esposa de un ministro de gobierno. Rita, la futura mujer de Marley, se convirtió al rastafarismo en esta visita, tras observar estigmas en la mano de su alteza. Los fieles aseguraban que cuando el Primer Ministro jamaiquino pisó la cola del chihuahua del emperador, Lulu, este respondió con el rugido de un león. El monarca, pese a todo, negaba su condición divina. En vista de que ello resultaba más bien inoportuno para la estructura religiosa organizada en torno a su persona, corrió el rumor de que se trataba de un impostor . Garvey no vivió para ser testigo de este delirio. En 1940 leyó un obituario de sí mismo publicado por error en el Chicago Defender, que describía como la muerte lo encontraba "quebrado, solo e impopular". Un trago tan ingrato que su cuerpo respondió con dos ataques cardíacos que acabaron, ahora sí, con su vida . El redactor de obituarios del Chicago Defender, al menos, ya tenía avanzado el trabajo del día siguiente. Así las cosas, a Bob Marley le correspondía dejar crecer su pelo tras su regreso desde la experiencia industrial de Delaware. El Levítico es claro en esto: “No raparán su cabeza ni rasurarán los lados de su barba, ni se harán cortes en su cuerpo” (Lv. 21:5). Y como Sansón habla de entretejer “las siete trenzas de mi cabellera en la urdimbre de un telar” (Jue.16:13), la interpretación contemporánea de los rastafari fue cultivar rastas. Sobre la virtud estética de un moño apelmazado de cabello sin lavar, mejor no preguntar demasiado. Entre 1968 y 1972, Bob junto a Rita, Bunny Wailer y otro miembro de los Wailers llamado Peter Tosh, regrabaron antiguas canciones en estudios de Kingston y Londres. El plan era imbuirlas de sonidos más comerciales. Los Marley viajaron también a Nueva York, donde Bob creó una cinta de 24 minutos de tonadas pop, a objeto de penetrar en la audiencia estadounidense. Ya con un stock más comercial, en 1972 el matrimonio se afincó en forma temporal en Londres. Catch a Fire, fue publicado por los Wailers en 1973. No fue un gran hit, pero recibió buena crítica. Solo seis meses más tarde lanzaron Burnin’, que contenía la célebre I Shot the Sheriff. Eric Clapton grabó un cover que alcanzó el primer puesto de la tabla estadounidense, logro que no conseguía desde que declamara sus penas de amor a Pattie Boyd con Layla dos años antes. Ese mismo mes, los Wailers se unieron en calidad de teloneros a una gira por 17 ciudades organizada por el conjunto funk Sly and the Family Stone. Fueron despedidos tras solo cuatro presentaciones: sus frustrados empleadores no estaban dispuestos a tolerar que los teloneros fueran más populares que ellos mismos (a la banda They Might Be Giants, quienes se teloneaban a sí mismos a través del alter ego Sapphire Bullets, nunca les hubiera ocurrido algo así). Pese a ello, los Wailers se desintegraron en 1974. Nadie sabe realmente qué ocurrió. Tres de sus miembros partieron a los pastos más verdes del mundo solista. Bob reclutó a nuevos músicos y continuó presentándose como Bob Marley and the Wailers. El primer gran éxito fuera de su isla natal vino en 1975 con el sencillo No Woman, No Cry. La autoría, no obstante, fue a parar a un amigo, para así financiar su comedor comunitario. El LP del año siguiente, Rastaman Vibration (1976), llegó al octavo puesto del ranking. Como suele ocurrir, la fama trajo problemas. Hombres armados atacaron su casa. Herido de bala, se presentó a tocar dos días después: “La gente que está tratando de hacer este mundo peor no se está tomando un día libre. ¿Cómo puedo yo?”. Partió por dos años al Reino Unido autoexiliado. Jamaica evoca despreocupados chascones fumando en pacífica sintonía con el Cosmos, pero detenta la sexta tasa de homicidios más alta del mundo. Instalado en el Reino Unido, durante los siguientes años Bob produjo Exodus y Kaya. Entre arpegio y arpegio, pasó también un mes en prisión por posesión de marihuana. A los oficiales de Scotland Yard no los iba a convencer con proverbios testamentarios redactados 25 siglos atrás. Pero el punto más bajo de esos años no fue la cárcel, sino el diagnóstico de un melanoma maligno debajo de una uña en el pie, en 1977. Este cáncer muy rara vez ataca a la población negra, pero los genes del padre británico de Bob lo traicionaban. Citando sus creencias religiosas, rechazó la sugerencia de los médicos de amputar el dedo. Era solo una uña ¿Qué tan grave podía ser? Sí era una molestia creciente para otra de sus grandes pasiones: el fútbol. Marley jugaba donde y cuando podía. En canchas si las había, pero en estacionamientos y hasta en estudios de grabación en caso contrario. “Si quieres llegar a conocerme, tienes que jugar fútbol contra mí y los Wailers”, le comentó a un periodista. Una versión apócrifa sostiene que los problemas en su dedo comenzaron luego de un accidente futbolero. Survival (1979) fue un reivindicador de las desventuras africanas, un producto de alta carga política. Entre ellas, el apartheid sudafricano, escenario de la gloria anónima de Sixto Rodriguez. En 1980, invitado a la independencia de Zimbabue, dio uno de sus recitales más celebrados. Bob no podía anticipar la lesión que se incubaba para la causa africana. Su anfitrión, Robert Mugabe, se apernó de tal modo en la presidencia que a 2017 sigue siendo el único gobernante de toda la historia del país , la encarnación misma de la corrupción y la cleptomanía. Uprising (1980) es el último LP de Marley, y el más religioso, con canciones como Redemption Song y Forever Loving Jah. El clásico Buffalo Soldier fue publicado en su álbum póstumo Confrontation (1983). Durante los últimos meses de 1980, el cáncer de su dedo se había esparcido por el cuerpo. En lugar de seguir un tratamiento tradicional, recurrió a un charlatán que prometía curación mediante cambio de dieta, terapias enzimáticas, suplementación nutracéutica y otras patrañas. Murió en 1981, a los 36 años. Sus últimas palabras fueron: “el dinero no puede comprar la vida”. Bob nunca redactó un testamento, omisión que repercutió en todo su séquito. Aston Barrett, por ejemplo, bajista de los Wailers, recurrió a la justicia británica en 2006 demandando £60 millones como compensación por sus aportes. Con 52 hijos –lo llaman “Hombre de Familia”– sus requerimientos de efectivo eran comprensibles. Los alegatos de Barrett resultaron insuficientes para sensibilizar a los magistrados. Era tal la gloria de Marley, que tras su muerte se esparció el mito de que ocho nuevas especies de piojos habían sido descubiertas en sus rastas. Solo Bob Marley era capaz de semejante mérito. A modo de consuelo, el crustáceo Gnathia marleyi, un parásito que succiona la sangre de sus víctimas, fue nombrado en su honor. Mejor que nada, ¿no? Detonación energética: Punk

Pistol, el personaje de William Shakespeare en The Merry Wives of Windsor (1602), le comentaba a Falstaff sobre cierta mujer: “this punk is one of cupid's carriers”. Con “punk” se refería al oficio de la dama, ese que Rudyard Kipling llamó “el más antiguo del mundo” y en el que Babilonia tenía tanto know how. Con el tiempo, la expresión evolucionó desde mujer de la noche a “estafador, rufián”. Con esta acepción en mente, en marzo de 1970 el cofundador de la banda The Fugs, Ed Sanders, describió su propio álbum como “punk rock”. A fines del mismo año, la revista Creem se refería irónicamente a Iggy Pop como “that Stooge punk". Hacia mediados de la década de los ’70, el concepto agrupaba a los herederos del garaje rock de los ’60, y los conjuntos que hoy se conocen como protopunks: un rock crudo, de tempos rápidos –a veces frenéticos–, melodías sencillas e instrumentación más bien recatada. La huella la abrieron conjuntos como The Stooges, The Kinks, The Who y Lou Reed. Este último, tanto en calidad de solista como de líder de The Velvet Underground.